Hospital Lunar
Hospital lunar.
Invierno en la ciudad autónoma de Buenos Aires. Clima frío, día soleado. Es martes y son las 5 P.M. cuando S llega al parque centenario.De andar ligero y algo despatarrado, arriba al espacio verde con una mochila y el infaltable juego de mate.Estatura mediana, barba algo desprolija y gorro para mitigar el frío forman parte del outfit de la jornada. Allí se va a encontrar con la comunidad del GO, juego ancestral filosófico de la antigua China, para pasar el resto de la tarde.
Dominique aparece en escena. Luego, Licht, estudiante de filosofía, se une a la causa. Si bien su juego habitual es el ajedrez, el GO le despierta curiosidad. Freud, poseedor de los tableros, Maestro del GO, dice presente: la jornada GOERA comienza. Deivid , Nach y más personas caen al punto de encuentro dispuestos a pasar otra tarde rodeado de verde, juegos estratégicos y buena compañía.
Uno podría pensar que es un día más por lo narrado, que es un martes como cualquier otro; no es así. Es martes 16 de Julio del 2019, día del eclipse parcial de Luna Llena en Capricornio; no todos lo saben.
Asimismo, T, también decide ir al parque centenario en este martes de sol. Ella está acompañada de un joven de aspecto nórdico con el cual platican y esperan a que el eclipse suceda. Tiene ojos amielados, de firme caminar, acentuado acento y una mirada sensual, seductora. Es de esas miradas que despiertan fantasía y, a la vez, inseguridad; una dualidad bastante recurrente en el narrador de esta historia.
Dominique invita a S a ver el eclipse con T y el joven nórdico. Las extensiones de un árbol impiden ver con claridad el suceder del eclipse, por lo tanto deciden moverse en busca de una mejor perspectiva. Lo logran. Contemplan el acontecimiento astral acompañado de mates y budines. Dominique se abstrae en su móvil. S mira atento a la luna. T y Nordix dialogan acerca de si el eclipse alcanzó su punto álgido o no, acerca de si la luna está más oscura o no.
De repente, S, interrumpe la monotonía del suceso con la siguiente propuesta:
“¿Acá no está el centro de amigos de la astronomía? ¿Por que no intentamos verlo desde ahí?”
T se acopla automáticamente, Dominique y nordix también, aunque con no tanta convicción. Llegan al lugar citado pero hay malas noticias: la cúpula está cerrada. No obstante, uno de los trabajadores del lugar sugiere que es mejor verlo con el ojo humano que con el ojo artificial; el motivo es que con el telescopio solo se alcanza a contemplar una parte de la luna y no su totalidad.
Cuando parecía que la emoción de ver el eclipse de una manera diferente se apagaba, apareció él: el hospital lunar. De aspecto naval, casi naufrago en una selva repleta de edificios, este gigante de cemento invita a los personajes de esta historia a encarar una nueva aventura: ver el eclipse desde la azotea del establecimiento.
Nordix desiste, se baja de la comitiva lunar. Dominique, minutos más tarde, también decide abandonar el barco. Solo quedaron S y T.
Encaran por la puerta principal, atraviesan el hall y hallan una escalera mecánica. Suben. Caminan por los pasillos no muy amigables del hospital lunar: reglas, restricciones, reglamentos decoran paredes y puertas del establecimiento. Divisan una escalera y la abordan convencidos de que la hazaña es posible. Suben unos cuantos pisos a paso firme y acelerado a pesar de que la energía espesa del hospital sacude a los protagonistas. Llegan al último piso. Nuevamente malas noticias: el acceso a la terraza está encadenado. No obstante, los protagonistas logran mermar la desazón del momento al mirar la Luna a través de las ventanas.
Deciden regresar.
Bajan al quinto piso, ven una puerta abierta y deciden entrar. Medio perdidos y desconfiados deambulan por el pasillo como buscando una ayuda divina, alguien que les tienda una soga para poder concretar el anhelo. Consultan si existe algún acceso a la terraza a un enfermero que interpela a T. Le cuentan el motivo de sus presencias pero no hay caso, no hay manera de acceder.S y T, abatidos por la negatividad, emprenden el regreso definitivo.
Hasta que, súbitamente, el mismo enfermero, de actitud apática al principio, cambia su semblante y les dice:
“Antes estaba la encargada y no quería hablar. Doblen a la derecha y luego a la izquierda, al final del pasillo está la salida de emergencia que los lleva a la terraza.”
Magia. Las cosas que tienen que suceder, simplemente suceden. Nuestro héroe inyecta de vitalidad a S y T.
Siguen las instrucciones, dan con la escalera. Al subir comienzan a saborear aire fresco, perciben ese halo con aroma a espacio no cerrado; la terraza estaba cerca. Luego de subir una escalera en forma de espiral dan con la azotea, logran su objetivo. Como si esto fuera poco, al inspeccionar el espacio, dan con una escalera caracol que permite ver el eclipse desde un lugar aún más privilegiado.
Allí reposan y contemplan el eclipse. Allí están ellos, logrando su deseo. Allí están ellos rompiendo con la rutina repetetitiva, con la monotonía de lo que parecía un martes más. Allí está él también, el héroe que hizo posible la hazaña, con su notable gesto nos invita a pensar de que aún, dentro de una institución llena de reglas, existe alguien que las rompe por una buena causa. Es menester mencionar el infatigable sonido del ascensor yendo y viniendo, aportando un sonido como de acceso a una dimensión no normal, “extraterrestre”, citando la palabra mencionada por T.
La vista invita a fantasear. Invita a vivir Buenos Aires de una manera diferente, invita a tener un martes diferente a cualquier martes. Invita a perder la noción del tiempo. Invita a tener una experiencia placentera incluso dentro de un hospital.
Lamentablemente tenían planes para esa misma noche así que cada uno siguió su rumbo. Se pasaron sus teléfonos y se despidieron varias veces como quienes no quieren que ese momento llegue a su fin. Quizás producto del no saber si se volverán a ver las caras, quizás producto de no querer ponerle final a ese encuentro fortuito.
Lo que ambos sí saben es que jamás olvidarán la noche del hospital lunar, la noche en la que Buenos Aires fue el escenario de un martes nada común.
Pluma Viajera
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